INAUGURACIÓN DEL MUSEO DEL CONVENTO DE LOS SIERVOS DE MARÍA
El sábado 23 de octubre de 2021 tuvo lugar la inauguración del Museo-Exposición del Convento de los Siervos de María.
Fue un acto entrañable que comenzó con unas palabras de la alcaldesa, Rafaela Liebana, para dar paso a la inauguración y a las palabras que dedicaron los asistentes a la misma. Las personas con las que tuvimos el placer de contar en este acto fueron las siguientes:
Vicente Lorente.
Con Marta Monforte, Consejera de Patrimonio Cultural y Sonia Sánchez, Técnico de patrimonio de la Comarca del Maestrazgo.
Con Jorge Abril, el coordinador de la Asociación para el desarrollo del Mestrazgo (Adema).
Con Paula Argiles de Udda Arquitectura. (Os dejamos su página web por si queréis conocer más sobre ellos https://www.udda.es Además, podréis encontrar un breve apartado sobre el proyecto de rehabilitación del Convento)
Con Jesús Ndong, párroco de la Iglesia de Cuevas y otras de la zona, como Castellote.
A continuación, os dejamos la intervención de Vicente Lorente, en la que se explica la historia del Convento y la del propio museo. Sus palabras nos trasladan, nos invitan a imaginar cómo fue este lugar…
Buenos días. Lo primero que quiero es daros las gracias por invitarme a esta jornada, para mi es un placer el poder estar aquí y participar activamente en este día; gracias, igualmente, por vuestra presencia en este evento, y gracias por el gran esfuerzo y trabajo realizado para poder tener y disfrutar de este Museo.
Quiero empezar recordando que los Siervos de María es una orden mendicante que surgió en Florencia en la primera mitad del siglo XIII, y que llegó, de la mano de fray Juan Lido, a Las Cuevas de Cañart en 1497, no al lugar en el que estamos, sino a la “Cueva de San Miguel”. Fue una llegada que nació de la voluntad del dicho fraile y de la población, pero los frailes la abandonaran a los pocos años. Sin embargo, en los primeros años del siglo XVII vuelven, esta vez encabezados por el valenciano fray Mateo López, quien inicia de nuevo, con unos pocos frailes, una comunidad que poco a poco irá creciendo en su número, en sus dimensiones arquitectónicas y en su relevancia dentro de la provincia de los servitas, llegando a celebrar un capítulo provincial en 1660. Una comunidad que ante las dificultades y problemas que entrañaba vivir bajo la roca tuvo, con el permiso del ayuntamiento de Las Cuevas, que trasladarse, en 1727, a una “enfermería” junto a la Fuente vieja, es decir, a estos terrenos, en los que con esfuerzo, perseverancia y tenacidad fueron construyendo el convento que actualmente en ruinas, alberga, como el esqueje de una planta, el resurgir esperanzador de una parte de su edificio con la misión, vocación y voluntad de mantener y cultivar la historia, la memoria y la vida de este lugar.
La presencia de los servitas en España fue permanente desde 1578 hasta 1835. En esos, algo más de dos siglos, tuvieron once y luego diez conventos. Incluso en 1768 contaban con algo más de 330 miembros. El convento de Las Cuevas, que a lo largo del siglo XVIII, se fue construyendo, y que volvió a albergar, en 1740, otro capítulo provincial, gestionó su existencia, negociando con el ayuntamiento su presencia con distintos acuerdos, fue el segundo en importancia dentro de la provincia. Un convento que llegó a albergar más de 80 frailes, donde estudiaban filosofía y teología; y una iglesia que era una verdadera joya. Sin embargo, la desamortización de Mendizabal, en 1835, obligó a los frailes a abandonar sus conventos, y los servitas españoles tuvieron dos salidas o ir a Italia, a algún convento de la Orden, como hicieron muy pocos, o a permanecer como sacerdotes, lo que lo eran o en otras ocupaciones los legos. La desamortización trajo el desmantelamiento de los conventos, éste incluido, a pesar de los esfuerzos hechos por el ayuntamiento y vecinos. La Orden, sin embargo, no desapareció del todo, pues en España quedaron presentes los Terciarios y congregantes de los Dolores, y los dos monasterios de monjas (uno en Sagunto y otro en Valencia). Fue en el siglo XX, en 1943 cuando vuelven los frailes a España y actualmente tienen cuatro conventos (Madrid, Plasencia; Denia y Mislata (antiguo monasterio de las monjas servitas).
Pero centrémonos en el aquí y ahora. Ahora estamos en una ‘ala’ de lo que fue el claustro del convento. 25. Veinticinco veces escribe fray Luis Francisco Marín, la palabra claustro en su descripción de este convento e iglesia.
Si bien claustro lo podemos entender como cerrado, también lo hemos de ver, en un sentido religioso, como abierto. Abierto al infinito. Además de la iglesia, el claustro es el centro de la vida del convento. Al claustro dan todas las puertas y por él se ha de pasar para ir a las demás dependencias. El claustro es el lugar por donde deambulaban los frailes, donde comentaban, donde rezaban, donde pensaban y donde vivían su vocación. El claustro es un lugar que evoca el infinito (la eternidad), su forma cerrada (cuadrada) y generalmente alrededor de un pozo, lleva a la eternidad. Se puede caminar y caminar sin fin, hasta llegar a la ciudad eterna. Por eso los claustros no se cruzan, se giran.
Y ahora, en este presente, estamos en esta parte del claustro que evoca el pasado, un pasado que nos trae también al presente y nos lleva al futuro. Estamos en un claustro en el que nueve paneles nos llevan a un lugar eterno: La historia de los servitas de este convento. Nueve paneles meticulosamente trabajados con mucho cariño y esfuerzo, realizados con precisión histórica, que nos hablan de los orígenes del convento, del traslado, de cómo era el convento y cómo vivían en él, de la solidez, elegancia y majestad del edificio en el que los frailes vivían su camino, que formaba parte de una provincia pero que con la desamortización y las guerras se desmanteló, eso sí abriendo la posibilidad de defenderlo como nuestro patrimonio.
Estos paneles, primero, nos trasladan a un pasado en el que los protagonistas, no son solamente las construcciones sino los constructores, los de entonces (los frailes y las personas que vivían a su alrededor) y los actuales (los que han sacrificado parte de su tiempo para levantar, cada uno con su aportación, este Museo), y segundo nos acompañan, nos muestran, nos enseñan. Nos empujan a mirar a aquellos años y personas que vivían pensando en el futuro y en el más allá. Deambulemos, como hicieron los frailes, por este claustro contemplando los paneles.
Os invito, pues, a visitar este lugar leyendo lo que dicen los paneles, visitando la historia y regresando al presente. Recordando las muchas personas que querían hacer de este lugar un sitió vital, con vida, una casa, un convento. ¿Habéis pensado en la palabra convento? Convenir. Convivir. ¿Y en la palabra fraile? Del latín frater: hermano. Creo que son palabras universales que han de estar presentes en nuestra vida. Convivir, convenir, llegar y partir juntos.
Los frailes, que fueron muchos, la mayoría de ellos vecinos de estas tierras, vivieron entre estos muros muchos años, muchos acontecimientos, muchas pasiones y desventuras. No todo era perfecto, pero tendían, tensionaban sus vidas hacia la eternidad. Nosotros también podemos aprender de ellos a tensionar y construir. Por eso el patrimonio no solo el material, sino también el inmaterial, hemos de mantenerlo y protegerlo, no solo como recuerdo sino como memoria de nuestro paso “constructivo” por nuestras tierras. Todos con un mismo objetivo, todos con una misma meta: mostrar a la posteridad lo que somos capaces de realizar de construir, no solamente de juntar piedras sino de buscarlas, organizarlas, impidiendo su desmantelamiento que en otras épocas se dio.
Por eso, es una gran alegría visitar este Museo, porque estamos en tierra sagrada, no solo en tierra de frailes, sino en tierra apartada, trabajada, construida para conocer el pasado, transmitirlo y sentirse orgullosos.
Es de agradecer, y mucho, el esfuerzo que tantos de vosotros habéis puesto en colaborar para que este lugar, que ahora pisamos, sea una realidad que nos muestre el pasado, nos enseñe y que además nos entusiasme, nos llene de vida y de eternidad.
Quiero concluir con unas palabras de fray Luis Francisco, fraile madrileño, orgulloso de su convento en el que vivió cinco años.
“Solo el que sepa y conozca la situación topográfica que en el partido de Alcañiz ocupa la villa de Las Cuevas de Cañart, podrá dar el mérito debido a esta hermosa pieza de arquitectura y de gusto, admirando más y más como se han podido reunir tantos y tan preciosos materiales en un pueblo tan insignificante (pues no llega a trescientos vecinos) en una hoja tan profunda, en un terreno tan quebrado y tortuoso. Pero ello es cierto; el pueblo de Las Cuevas de Cañart deja de ser insignificante en todos sus ramos y relaciones a favor del convento de monjas Franciscanas que tiene (y que es muy regular) y el de los Siervos de María, objetos de atracción e interés para los católicos españoles, que con tan piadosos motivos lo visitan con frecuencia”.
Continúa: “Le parece increíble al viajero, que por primera vez pisa tan privilegiado suelo, después de pasar tan escabrosos caminos, hallar en un rincón tan escondido una obra tan sorprendente; a mí al menos así me sucedió, y debo confesar en obsequio de la verdad, que no cesaba de alabar a Dios, que me colocó en tan deseada como inesperadamente deliciosa mansión, tanto más apetecible, cuanto distante del bullicio de las Cortes, y abundante en riquezas y prodigios de la naturaleza, cuyo estudio y goce, después del de la religión, es el más agradable, el más instructivo y el más digno del hombre”.
Y, como diría fray Luis, “pongamos fin a esta pequeña digresión, y disimúlese este desahogo, hijo del peculiar afecto que aquella casa de oración me merece, y que la ofrezco como tributo de gratitud y benevolencia, y entremos ahora a su descripción”.
Gracias por dejarme estos minutos.
Después de estas bonitas palabras solo nos queda dejaros algunas imágenes de este día e invitaros a venir a conocer el museo y nuestro pueblo y sus gentes.
¡Os esperamos!
Vídeo de Ricardo Figueras
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